Existen escritores que fueron nominados o que ganaron algún que otro galardón (como el premio Eisner o Wizard), y cuya imaginación y capacidad narrativa decae con el paso del
tiempo al apoyarse casi exclusivamente en el trabajo de sus dibujantes. Un claro ejemplo
es el de Jeph Loeb, quien probablemente alcanzó su momento de iluminación más alto al
escribir esa historia de trece números titulada Batman, The Long Halloween, en la que fue
asistido por el estilo caricaturesco, y por ende muy poco realista, de Tim Sale (aclaración:
no voy a hablar aquí de los trabajos de Loeb como escritor para series como Lost y
Smallville o films como Muchacho Lobo y Comando).
Hay que destacar cómo el nivel de abstracción de las ilustraciones de Sale hace que esos
trazos sencillos y algo amorfos adquieran un atractivo singular en la forma y dimensión de
sus personajes. Ver al Joker de Sale es como observar la imagen de un cartoon que ha sido
pausado, detenido en el tiempo. Las extremidades y la sonrisa del personaje se despliegan
hacia límites impensados: parece una criatura robada de algún episodio de la Warner
a cargo de Tex Avery o Robert Clampett, o una fiel reproducción en papel del Grinch
animado (se están perdiendo muchas cosas si no leyeron Batman: The Long Halloween, una
historia que narra el origen de Two Face y que tiene más de un punto en común con el film
The Dark Knight).
Volviendo a nuestro guionista: hay que decir que Loeb se ha transformado en un escritor
mediocre y reiterativo, empecinado únicamente en desplegar grandes cantidades de
personajes en pocas viñetas y hacerlos desaparecer sin el menor ingenio o cuestionamiento:
lean sino Batman: Hush, donde trabaja junto a Jim Lee; los números del Hulk rojo (o
Rulk) post World War Hulk junto a Ed McGuinness; The Ultimates volumen 3 junto
al “amerimanga” Joe Madureira o la actual y paupérrima serie limitada Avengers: X-
Sanction (también junto a Ed McGuinness). De esta manera podrán darse cuenta de que sus
trabajos solo pueden rescatarse por los dibujantes y sus capacidades artísticas, ya que Loeb
se empeña en simplificar todo conflicto argumental y línea de diálogo, transformando los
comics de su autoría en una especie de pasarela por la cual desfilan incontables “figuras de
acción” (se me ocurre que en el cine, Brett Ratner hizo algo similar con el film X-men: la
batalla final).
Otro problema es el tiempo de lectura en los comics. El tiempo, por lo general, está
determinado por el texto incluído en las viñetas; aunque en ciertas ocasiones también
puede estar marcado por las líneas que sugieren movimiento dentro de una viñeta o por
el número de objetos incluidos dentro de la misma. Y si el comic es, como el cine, un
arte secuencial, existe una obvia y radical diferencia: en las historietas el lector puede
contemplar la viñeta el tiempo que desee para luego pasar a otra: maneja sus propios
tiempos, sin una intervención externa que lo obligue a viajar entre imágenes. En el cine,
como ya sabemos, el film se reproduce en pantalla a través de un dispositivo técnico que
hace que las imágenes se sucedan unas a otras.
De esta forma, el tiempo no es controlado o manipulado por el espectador sino que se
impone a través del film (hablo, lógicamente, del cine, y no del dvd o el video). Por
ejemplo, y retomando el caso de Jeph Loeb, aquel que lee un cómic escrito por este
guionista centrándose únicamente en la temporalidad propuesta por el texto y no por
las imágenes, logrará leerlo en tiempo mínimo si se lo compara con otro cómic de, por
ejemplo, Mark Millar (no me atrevo a compararlo con algunas obras de Keith Giffen o J.M.
DeMatteis, que son dos fascinantes empleadores del tiempo de la palabra). Y esto se debe a
que el tiempo de lectura en los cómics de Jeph Loeb no es determinado por el texto, ya que
hay poco para leer y mucho para ver (últimamente en sus cómics todo pasa por el arte del
dibujante que lo acompaña, aunque ese artista sea Ed McGuiness).
Entonces, habría que preguntarse si es natural que un guionista falto de ideas sobreviva en
la industria del cómic valiéndose particularmente del trabajo de dibujantes consagrados
que enmascaran bastante su carencia, logrando que el equilibrio entre el dibujo y el texto
se pierda por completo. Si bien Loeb no fue un mal guionista (vuelvo, lean The Long
Halloween o, para mencionar otras obras junto a su compañero Sale, Daredevil: Yellow,
Spiderman: Blue o Hulk: Gray), un suceso de su vida personal lo marcó demasiado. Y
ahora ocupa el puesto número uno de los “guionistas/escritores poco imaginativos” que
cuentan una y otra vez lo mismo.
Por supuesto que hay autores “consagrados” que también se valen del apoyo del dibujante
para lograr el éxito: siempre me pareció más importante, por ejemplo, la historia y los
diálogos de Alan Moore en Watchmen que las ilustraciones de esa historia a cargo del
dibujante Dave Gibbons (que me perdonen los seguidores de Gibbons pero su estilo es
poco atractivo si se observa alguna otra cosa que no sea Watchmen –vean lo hecho en
algunos números de Green Lantern Corps, directamente un insulto- ). Sin embargo, no
podría imaginarme una obra genial como The Killing Joke sin el arte de Brian Bolland: el
estilo realista y detallado de los dibujos hace que esta novela gráfica se potencie aún más.
Pero claro, estoy hablando de Alan Moore, un escritor que supera con facilidad toda
idea o trabajo de Jeph Loeb. Lo lamentable, luego de esta comparación algo atrevida y
desmesurada (sepan perdonarme), es ver cómo Loeb insiste en repetirse dentro de Marvel
Comics, con historias demasiado endebles. Es que Jeph Loeb alguna vez fue un buen
escritor y guionista. Alguna vez… en una galaxia muy, muy lejana.
Por Ezu Zeku