Hayao Miyazaki (“Miya”, afectuosamente hablando) nació en la ciudad de Tokio un 5 de enero
de 1941, cuatro años y siete meses antes de la barbarie genocida (una de las tantas muestras
a gran escala de la desmedida soberbia humana) que destruyó Hiroshima y Nagasaki.
Su niñez, adolescencia y juventud estuvieron marcadas por un fuerte contexto bélico y
político: Japón, a partir de mediados de la década del 40´, fue un terreno de batalla de las
más diversas. Luego del estallido de las bombas nucleares, comenzó la rendición del país
oriental y la ocupación norteamericana en la nación nipona de la posguerra (instalando sus ya
clásicas bases militares de control). Durante los años 50´ y 60´ el comunismo, a partir de la
fundación del Partido Comunista Japonés, iniciaba frecuentes marchas de protesta en contra
de tal ocupación y, muchos años más tarde, en contra de la guerra de Corea y de Vietnam.
Es necesario aclarar que tanto Miyazaki como su futuro compañero y amigo Isao Takahata
(mentor y cofundador del Estudio Ghibli en 1985) adhirieron a la ideología del partido, sobre
todo en sus épocas de estudios universitarios.
Más allá de esa ideología política que abandonaría por completo un tiempo después (a
fines de los 80´) debido a su alejamiento de las concepciones de mundo del marxismo y su
materialismo histórico, la relación directa del trabajo de la familia de Miyazaki con la guerra
lo marcaría a fuego. Su familia era adinerada, y eran propietarios de una compañía que
elaboraba partes para las alas de los aviones Zero, máquinas bélicas que eran utilizadas
durante la guerra. Fue durante esa niñez que Hayao comenzó a realizar sus primeros dibujos,
sus primeros trazos, sus primeras prácticas artísticas sobre papel (probablemente bajo la
mirada fascinada de sus padres). Esas, quizás, hayan sido las inaugurales manifestaciones
conscientes de este autor de la animación. Expresiones que se desataron bajo un contexto
determinado que dispararía en Miyazaki una pasión (como ninguna otra) sobre los aviones y el
placer de volar, y un fuerte interés por la guerra y la devastación que ella implica.
Si bien es evidente que Miyazaki es un brillante realizador de films de animación, habría
que decir, en primera instancia, que este hombre es un gran mangaka, ya que el término
en cuestión permite establecer una idea de maestría: una virtuosa capacidad de crear y
narrar dentro de un arte secuencial como es el manga (la historieta o cómic en Japón).
Es que tal sustantivo vislumbra un significado literal: manga se refiere a “historieta” y ka,
que es un agregado, a “creador de”. Sin embargo, y dejando de lado la literalidad que el
vocablo comprende, mangaka goza de un estatuto, de un nivel (en este caso artístico),
que lo convierte, también, en un adjetivo: una palabra que designa cualidades, capacidad,
importancia y, como se dijo con anterioridad, maestría. Y Miyazaki es, a esta altura y sin duda
alguna, un maestro incomparable.
Después de todo, la animación tradicional también comprende un estatuto de arte secuencial:
cada dibujo realizado está ligado, dentro de lo que podría pensarse como una especie de
vínculo orgánico, al siguiente, provocando que el artista deba pensarse a sí mismo como el
personaje. Me explico: al no existir actores que interpreten a esos personajes, el animador
debe ocupar tal lugar, oficiando como modelo e intentando, a través de su trabajo, transmitir
todas las emociones posibles, convirtiendo esa tarea en un ejercicio extremadamente
personal. De esta forma, la animación que emplea técnicas de dibujo está ligada
profundamente al lenguaje audiovisual, como suele ocurrir dentro de la animación tradicional.
Una expresión artística y cultural que en Japón ha sido por largo tiempo denominada, a
partir de su origen, como animación limitada (ocho imágenes por segundo, una cada tres
fotogramas), en clara distinción con respecto a la animación occidental (en algunos casos
de veinticuatro imágenes por segundo y una imagen por fotograma, o de doce imágenes por
segundo y una imagen cada dos fotogramas).
Por ende, si hay algo que precede siempre a cierto tipo de animación tradicional, eso es el
dibujo. Y en Miyazaki esos diseños estuvieron claramente inspirados en la obra de aquel Kami
(Dios) llamado Osamu Tezuka (una influencia demasiado fuerte para todo aquél que quisiera
emprender una carrera como mangaka en Japón). Sin embargo, es sabido que Miyazaki
abandonaría su pasión e idolatría por Tezuka, adoptando un estilo propio y superando, sobre
todo en lo que respecta a la animación, a esa “deidad” fallecida en 1989. Las colaboraciones
de Hayao en papel son varias, y anteceden a aquella magia que vendría después, en sus
largos animados: El gato con botas, Los habitantes del desierto y Animal Treasure Island son
sólo algunos ejemplos. Aunque su obra más importante en lo que al manga se refiere
es Nausicaa en el Valle del Viento. La misma fue realizada a comienzos de 1982 y se extendió
hasta 1994, logrando ser adaptada al cine en 1984.
Nausicaa… se convirtió en el segundo largo dirigido por Miyazaki y estableció una
determinada visión de mundo junto a varios temas que se repetirían constantemente en su
filmografía: los conflictos entre la naturaleza y el hombre, la guerra y la paz, la irrupción de la
magia y lo maravilloso, los personajes femeninos de carácter fuerte (algo que Hayao admiraba
en su madre, sobre todo cuando la observaba cuestionar ciertas políticas sociales), el disfrute
por los viajes aéreos, las ideas ecológicas y shintoistas, y los personajes de carácter ambiguo
(particularmente en relación a los antagonistas: creaciones circulares y para nada chatas o
lineales en lo que respecta a sus actitudes).
Miyazaki, hasta el momento, ha dirigido diez largometrajes. Si bien Lupin III: El castillo de
Cagliostro fue su debut como realizador, es a partir de Nausicaa… en donde empiezan a
surgir con mayor énfasis aquellas obsesiones que se reiterarán a lo largo de toda su obra.
Desde esa película, Hayao dejará asentado su autorismo bajo una forma de narrar que lo
hace único. Sobre todo si se lo compara con realizadores contemporáneos que trabajan
dentro del campo de la animación nipona como Katsuhiro Otomo, Satoshi Kon (por desgracia,
recientemente fallecido), Akira Toriyama, Hideaki Anno y Shinichiro Watanabe (entre otros).
Además, con Ponyo, el secreto de la sirenita, Miyazaki ha rechazado toda animación digital,
haciendo más fuerte su trazo (índices que dan cuenta de sus virtudes, incomparables, como
creador). De esta forma, ha vuelto a una tradición artística sólo equiparable a aquella de la
vieja escuela donde los artistas no dejaban de ser verdaderos artesanos. Probablemente todo
un gesto de resistencia, originalidad y, por qué no, amor propio.