Seguimos analizando el mercado editorial argentino de historietas. Ya vimos en las notas anteriores (¿Cuanto es caro un comic en Argentina? / Pensando lo Nacional y Popular) acerca del estado de la industria y el imaginario en el publico de lo que debería ser.
Por el mismo lado encara la nota Maximiliano Tomas en el diario La Nación. En la misma pone sobre el tape la realidad del mercado de la literatura argentina. Si bien se podría decir que son "primos lejanos", y que cada sector a su vez tiene una realidad particular (no es lo mismo un lector de novelas, que incluso el mas inspirado no pasa de una docena al año, y otro muy distinto es el que sigue un personaje determinado de comic, que puede llegar a comprar 20 o 30 revistas por mes) creo que la nota hecha luz sobre algunas cuestiones que ya tratamos en este blog.
Creo (y es una creencia porque no tengo datos firmes para justificarlo) es que la cultura "literaria (y ahi entra el comic mal que les pese) en la argentina siempre ha quedado en manos de dos grupos. Por un lado un circuito de Elite, con pretensiones mas bien internacionales, que viven de la parte académica y han dado sus obras mas representativas aunque con poca producción. Por el otro, un grupo con pretensiones mas "populares" que por lo general han vivido mas de la profesión periodística y que se caracteriza mas por su volumen de producción por que sus grandes obras. De Borges a Arlt, creo que seguimos en el mismo tren con todas las variantes de grises que se les puedan ocurrir.
¿Y el comic? El comic sigue en la misma disyuntiva, pero en cierta forma al ser un formato mas "comercial" tuvo una evolución convulsa y ecléctica. La edad de oro fue fogoneada por un grupo mucho mas "populista" que trabajaba de profesión y que fue en su volumen donde encontró su éxito. Fue la repetición y la cantidad la que pulió un estilo y permitió en ese mar infinito de paginas brindar sus máximas obras. Robin Wood y Oesterheld lo demuestran.
Hoy la producción de cómics nacionales (mas allá de las franquicias) ha quedado en manos de grupos selectos, con poco volumen de producción pero que logran, cada tanto mostrar una o dos obras significativas.
Es quizás escalofriante, como este esquema es interpretado por otro periodista en otro rubro afín... la nota dice:
Terminó una nueva Feria del Libro de Buenos Aires y, como siempre, los números suenan abrumadores: más de un millón cien mil visitantes y un aumento en las ventas de entre un diez y un treinta por ciento, de acuerdo a la información recogida en algunos stands. Pero si uno no quiere pasar por ingenuo o pecar de un exceso de optimismo (y sobre todo si intenta sacar algunas conclusiones sobre las preferencias del público en materia literaria), hay que mirar un poco más en detalle. Por ejemplo: ¿cuáles fueron los cinco títulos más consultados por el público? Hush hush, de Becca Fitzpatrick; Los juegos del hambre, de Suzanne Collins; Ciudad de cristal - Cazadores de sombras, de Cassandra Clare; Juego de tronos, de George Martin; y Caballo de fuego, de Florencia Bonelli. Es decir, fenómenos de venta que poca o ninguna relación tienen con la literatura. Nada de qué quejarse, ya que el mismo nombre lo está señalando: se trata de la Feria del Libro y no de un festival literario. Lo que la Feria viene a demostrar, en todo caso, es que los caminos de la industria editorial de masas y la producción y el consumo de literatura argentina contemporánea (de la literatura "de verdad", es decir, de la "ficción literaria" o la llamada "literatura alta") se han distanciado para siempre.Vuelvo con el tema de la creencia, pero me parece que el punto mas importante de la nota es una situación que difícilmente se reproduce en la industria de la historieta local. Los "los grupos (que) se dedicaron a la búsqueda de una mayor rentabilidad con títulos de rápido consumo y corta vida" en realidad no son mas que pymes, que la reman con talento, con aprendizaje, pero que suelen tener periódicas "crisis" que los hacen perder los derechos de la licencias.
No hay ejemplo más concreto de esta fractura entre los gustos del consumidor esporádico o recreativo y los lectores habituales de literatura que los resultados de los dos galardones que se entregan durante la Feria: mientras el Premio de la Crítica fue para la obra poética de Tamara Kamenszain, el Premio del Público (en el que votaron unas diez mil personas) se lo llevó la nueva novela de Alejandro Dolina. "Las lógicas del canon y la lógica del mercado muchas veces se contraponen. Y un suceso de mercado y un suceso de crítica son muchas veces enemigos", escribió el crítico Daniel Link en su libro Cómo se lee. En el mismo sentido, la ensayista Beatriz Sarlo decía en Escenas de la vida posmoderna: "Inevitablemente, el mercado introduce criterios cuantitativos de valoración que contradicen con frecuencia el arbitraje estético de los críticos y las opiniones de los artistas. La idea misma de popularidad no podía ser sino examinada con desconfianza ya que sobre ella se erige la contradicción que está instalada en el corazón mismo de la democracia". Si no se puede decir que esta situación sea novedosa (los gustos del público masivo por un lado, los de los lectores especializados por el otro), hasta hace algunos años parecían existir vasos comunicantes entre ambos grupos. Lazos que parecen haber estallado sin posibilidad de reconstrucción.
Y mientras los grupos se dedicaron a la búsqueda de una mayor rentabilidad con títulos de rápido consumo y corta vida, las apuestas literarias quedaron casi exclusivamente en manos de estos nuevos sellos
Este alejamiento está directamente relacionado con las políticas que las grandes empresas editoras desarrollaron a partir de la década del 90. En 2003 y en el mismo libro, Link narra cómo fue que la adquisición de la mayoría de los sellos argentinos por parte de los grandes grupos transnacionales produjo una transferencia de bienes simbólicos que afectó tanto al mapa editorial como al campo literario: "Los catálogos editoriales ya no están armados de acuerdo con una ideología de la lectura y de la escritura, sino de acuerdo con los criterios de los expertos en mercadotecnia, los publicistas y otras plagas del siglo pasado, lo que condena a la caducidad todo lo que se publicó ayer". Pero al mismo tiempo que Link escribía (y él no podía saberlo), es decir hace ya diez años, surgía en la Argentina de la poscrisis (y en buena medida por ella) un heterogéneo conjunto de editoriales independientes. Fueron esos sellos los que terminaron marcando el pulso de la producción literaria local, y editaron lo mejor que pudo leerse en materia de ficción y ensayo durante la última década.
Lo que se dio entonces fue una atomización del mercado editorial. Y mientras los grupos se dedicaron a la búsqueda de una mayor rentabilidad con títulos de rápido consumo y corta vida, las apuestas literarias quedaron casi exclusivamente en manos de estos nuevos sellos. A la existencia de catálogos como los de Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo y Paradiso se sumó una larga lista de editoriales pequeñas como Interzona, Entropía, Caja Negra, Eterna Cadencia, Santiago Arcos, La Bestia Equilátera, Mardulce, Tamarisco y Pánico el Pánico (entre muchas otras) que durante diez años descubrieron y difundieron a casi todos los nuevos escritores argentinos. La jugada no salió mal, y hoy pueden agregar a sus catálogos a algunos nombres consagrados, e incluso exportar libros al mercado europeo. Por arriesgar una hipótesis: si en los 80 y 90 un lector habitual de literatura entraba a una librería buscando las tapas amarillas y grises de la colección Anagrama, hoy ese tipo de lector se guía por los diseños de tapa de cualquiera de estos pequeños sellos argentinos.
Algunos editores son escépticos y aseguran que los lectores de literatura argentina contemporánea son siempre los mismos: no más de tres mil. Otros, que tal vez lleguen a unos diez mil
La pregunta fundamental, después de una década larga, es si todo este trabajo puede haber servido para crear un nuevo mercado de lectores. Se trata de un interrogante que todavía no tiene respuesta y frente al cual nadie logra ponerse de acuerdo. Algunos editores son escépticos y aseguran que los lectores de literatura argentina contemporánea son siempre los mismos: no más de tres mil. Otros, que tal vez lleguen a unos diez mil. Si hay que guiarse por las cifras de producción y ventas, no estarían tan equivocados. Por lo general los títulos de estos sellos venden entre doscientos y mil ejemplares. Si alguno llega a los dos mil, se puede hablar de un éxito. La novela El viento que arrasa, de Selva Almada, editada hace un año por Mardulce y protagonista de un fenómeno de circulación boca a boca extraordinario, está por alcanzar la inusual cifra de cinco mil ejemplares vendidos. Tal vez el caso de Almada esté diciendo algo acerca de la dimensión de esta probable nueva comunidad de lectores, formados a lo largo de una década en los catálogos de editoriales independientes. Quizá sean ellos (¿son muchos, son pocos?) los que estén manteniendo viva la literatura argentina actual.
Por otro lado, las editoriales boutique se han profesionalizado (un ejemplo excelente es el de LocoRabia) pero son mucho mas pequeñas aun que las que se dedican a franquicias y el ritmo de producción si bien es bastante, dista de ser de la escala industrial que cabria imaginar, mientras que muchos de sus trabajos van de lo amateur a lo experimental (son pocos los autores que colaboran en antologías y obras y que puedan vivir dedicados 100% a la profesión).
¿Y los lectores? ¿Cual es el volumen de lectores de historietas en Argentina? ¿Se puede meter en la misma bolsa, a los que leen manga, Comics de superheroes e historieta argentina?
Y por ultimo, tomando un punto que esta muy de moda hoy. ¿Cual debería ser el rol del estado?¿ Debería haber fondos concursables? ¿O debería permitirse que la gente decida que le gusta? ¿Como llegar al gran publico? ¿Porque no exportar cultura también, pero como un negocio industrializado y de escala, tal como hace Japón con el Manga y el Anime?
Quizás en el mundo globalizado, defender la cultura es generar políticas de fomento de contenidos de calidad y no de medios (imprenteros/editoriales/etc), que como bien se puede ver, ya están mas que consolidados.